Al
Señor Cardenal
Nicolás
de Jesús López Rodríguez
Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo
SANTO DOMINGO
Querido Hermano:
Por medio del Señor Arzobispo Jude Thadeus Okolo, nuevo Nuncio Apostólico en la República Dominicana, deseo hacer
llegar al Episcopado, a los sacerdotes, a las comunidades religiosas, a los
seminaristas, así como a todo el Pueblo de Dios de esa querida Nación mi
cordial afecto en el Señor.
El
nuevo Nuncio es portador de mi presencia y mi cercanía, una cercanía que quiere
ser de colaboración con el Estado y las instituciones públicas, de comunión con
las Iglesias locales, paternal con los creyentes, solícita con los necesitados,
caritativa y solidaria con todos. Con este espíritu, les pido que reciban a
Mons. Jude Thadeus Okolo como el abrazo del Papa para ustedes, con ánimo
renovado y nueva esperanza, para que pueda desarrollar su misión con eficacia y
acierto, contando con la colaboración, comprensión y estima de todos:
autoridades, pastorales y fieles.
El
Nuncio Apostólico representa en ese país
al Obispo de Roma para el bien del Pueblo. Su misión consiste en
estrechar los vínculos que unen a la Sede de Pedro con esa Nación, alentando a
los hijos de esas hermosas tierras a recorrer el camino de la vida con la
mirada puesta en Dios y la mano tendida hacia los hermanos. La Iglesia no
quiere privilegios, no tiene intereses políticos, no busca alianzas
estratégicas. Quiere servir, servir a todos, y por eso trabaja por el bien
común, la paz, el progreso, la libertad, la justicia, la solidaridad y el
desarrollo integral de los Dominicanos. Allí donde se promuevan estas
iniciativas, allí se encuentra la Iglesia, dispuesta a ofrecer lo mejor que
ella tiene: la gracia y la paz que nacen del corazón de Cristo crucificado. La experiencia nos enseña que cuesta cumplir los ideales. Siempre existe el peligro de la “mundanidad”, de dejarse llevar por el espíritu de este mundo, de actuar por el propio interés y no por la gloria de Dios. Y esto nos expone no pocas veces al ridículo, sobre todo a los pastores. Por eso, es necesaria la permanente conversión personal, que sólo se puede lograr con una relación constante con Jesús, ayudados en este propósito por la fuerza interior de la oración. Rezando, siendo humildes, reconociendo que todos cometemos fallos y meditando la Palabra de Cristo nos será más fácil mantenernos en una fidelidad cotidiana a su llamada y llevar a cabo muchas obras de caridad, expresión elocuente del amor de Dios entre los hombres.
La credibilidad de la iglesia y de su colaboración en el bien del pueblo, en la defensa de la familia y de la vida humana, en la lucha contra la pobreza, pasa hoy por la docilidad de cada uno de nosotros al Espíritu del Resucitado, dejando que éste nos impulse y nos ayude. A veces nuestra debilidad se deja sentir, pero estoy convencido de que la santidad siempre es mayor que el pecado, porque la misericordia divina brilla, incluso con más fuerza, en medio de nuestras miserias. El pecado depende de nosotros, la santidad nos viene de Dios, que nunca se cansa de darnos otra oportunidad. Él siempre nos espera y comprende.
Te
pido, por favor, que reces y hagas rezar por mí, pues ahora lo necesito más
todavía.
Saluda
y anima en el nombre del señor a todos los hijos de la República Dominicana,
recordándoles que solamente Él puede dar la vida auténtica, plena y dichosa.
¡Qué bello es ser discípulos suyos y misioneros de su Evangelio!
Que
Jesús proteja y la Virgen Santa cuide a todos los Dominicanos.
Fraternalmente,
Francisco.
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