Familia
Cristiana: vive y proclama tu fe
I.
Mirada a la
realidad
El acelerado “cambio de época” ha traído grandes aportes, pero también
inversión de valores; algunos
gozan de riquezas en el orden científico y tecnológico; la globalización de la
comunicación ha convertido el mundo en una pequeña aldea; las familias están
bombardeadas por novedades diversas sin referencias éticas. Nos llegan valores y antivalores. Como
recientemente señaló el Papa Francisco: “La familia
atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos
sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve
especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad (…). El
matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que
puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la
sensibilidad de cada uno”.
Van penetrando estilos de vida que no siempre ayudan al crecimiento humano.
Avanza la
separación y el divorcio; crece el deseo de una vida fácil, sin compromiso, sin
sacrificio, hedonista; a veces por egoísmo se
limita el número de hijos, hasta verlos como un peligro que amenaza; la pobreza extrema que separa matrimonios y familias;
la ausencia temporal o definitiva en el hogar del padre o la madre o de ambos.
La falta de fuentes de trabajo para los padres, madres e hijos jóvenes, agravada por el creciente costo de la
vida, genera tensiones por la falta de comida, medicinas, vestido, vivienda digna,
educación y descanso. A esto podemos añadir “índices
verdaderamente deprimentes de insalubridad, pobreza y aún miseria, ignorancia y
analfabetismo, y tantas otras realidades no menos tristes”, como señaló el beato Juan Pablo II.
La promoción de
grupos interesados en imponer por diversos medios, incluso mediante
legislaciones, prácticas contrarias al ser de la familia y de la persona, y por
tanto al plan creador, como el aborto, los anticonceptivos y las uniones del
mismo sexo, no deja de ser una fuerte tentación para familias débiles en la fe.
La propaganda mediática a una vida fácil, cómoda y hedonista,
cargada de cierto pan-sexualismo, que inhibe la voluntad de los jóvenes para
grandes valores e ideales.
A esto se
agregan los embarazos en adolescentes, inmaduras para la misión materna. Como
bien señala el Pontificio Consejo para la Familia: “Domina una cultura en la que la
sociedad y los mass-media ofrecen a menudo, una información despersonalizada,
lúdica, con frecuencia pesimista y sin respeto para las diversas etapas de la
formación y evolución de los adolescentes y de los jóvenes, bajo el influjo de
un desviado concepto individualista de la libertad y de un contexto desprovisto
de los valores fundamentales sobre la vida, sobre el amor y sobre la familia”.
Nos golpea la violencia intrafamiliar con los dolorosos
feminicidios y suicidios causando orfandad y traumas de difícil reparación en
los hijos; aumenta el número de separaciones y divorcios destruyendo hogares
con sus negativas consecuencias.
Al mirar la realidad atormentada por tanto sufrimiento
producido por la violencia, homicidios, suicidios, delincuencia juvenil,
atracos, engaños, celos, infidelidades, injusticia social, desenfreno sexual,
corrupción, constatamos que una de las raíces fundamentales de estos males está
en el deterioro de muchas familias. En la medida en que se fortalezcan más los
valores humanos y cristianos en los hogares, gozaremos de más paz social.
La pobreza extrema y el abandono del hogar han creado un
número considerable de niños en la calle, abandonados, expuestos a muchos
peligros.
El
acompañamiento insuficiente por parte de la Iglesia y la falta de una evangelización sólida,
son factores que han contribuido al debilitamiento o resquebrajamiento de la
institución matrimonial y familiar y, por tanto, a la descomposición social.
Hiere
la sensibilidad el ver tantos ancianos desprotegidos, a veces abandonados por
sus parientes y por las instituciones del Estado; y a enfermos, sobre todo
privados de cariño.
Si bien es verdad que los tiempos actuales nos hacen ver
muchas sombras, no menos cierto es que las luces que acompañan a nuestra
realidad familiar son mayores. Contamos con muchos matrimonios
y familias arraigados en la fe, que viven la unidad en el amor, con alegría.
Ellos son sólidos testigos de la verdad, de la belleza de la familia y de los
grandes valores humanos y cristianos, y contribuyen al bienestar de nuestra
patria, por lo que damos gracias a Dios.
Gozamos de una inmensa mayoría de familias que conservan
y practican, y no sólo en el ámbito familiar, los valores de la hospitalidad,
la fraternidad y la solidaridad humana.
Y qué no decir del sentido de fiesta y alegría de nuestro
pueblo dominicano donde se celebra siempre en familia toda clase de momentos
importantes en la vida de sus miembros.
En este mismo orden, todavía nos quedan muchas familias
en las que se reúnen los padres y los hijos para practicar unidos su relación
con el Señor.
En
el campo de la asistencia social a favor de las familias, hemos de reconocer
los esfuerzos que viene haciendo el Estado en ayudar con recursos económicos a
una gran parte de las familias
necesitadas para. Nuestro deseo es que estos esfuerzos se sigan multiplicando y
fortaleciendo, de modo que al mismo tiempo que se les asiste respetando su
dignidad humana, se les ayude a salir de la situación de pobreza y marginación
creando nuevas fuentes de trabajo, incentivando la inversión en el campo,
promoviendo la pequeña y mediana empresa.
También
nosotros como pastores promovemos iniciativas y medios que pueden ayudarlas a
realizar su misión en la sociedad.
Desde nuestra Cáritas Dominicana y desde nuestra Pastoral Social hemos realizado cuantiosas obras sociales.
II.
El plan de Dios sobre el matrimonio y la
familia
Nuestra fe nos revela que el hombre y la mujer han sido creados a imagen y
semejanza de Dios. Hombre y mujer los
creó y les dijo: sean fecundos y multiplíquense.
Continúa el libro del Génesis diciendo: “El Señor Dios se dijo: no está bien
que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda adecuada… Por eso el hombre
abandonará padre y madre, se junta a su mujer y se hacen una sola carne”.
Participan de todos los atributos y propiedades de Dios de forma limitada.
En el plan de Dios el matrimonio es el fundamento de la comunidad familiar,
está ordenado al amor de los esposos, fuente de su unidad indisoluble, a la
procreación de los hijos y a su educación. El dato revelado en el Génesis es
claro y firme. Está apoyado en la misma naturaleza humana.
III.
La fe en la Familia
Como muy oportunamente nos recordaba el Papa Francisco: “El primer ámbito
que la fe ilumina en la ciudad de los hombres es la familia. Pienso sobre todo
en el matrimonio, como unión estable de un hombre y una mujer: nace de su amor,
signo y presencia del amor de Dios, del reconocimiento y la aceptación de la
bondad de la diferenciación sexual, que permite a los cónyuges unirse en una
sola carne (cf. Gn 2,24) y ser capaces de engendrar una vida nueva,
manifestación de la bondad del Creador, de su sabiduría y de su designio de
amor. Fundados en este amor, hombre y mujer pueden prometerse amor mutuo con un
gesto que compromete toda la vida y que recuerda tantos rasgos de la fe.
Prometer un amor para siempre es posible cuando se descubre un plan que sobrepasa
los propios proyectos, que nos sostiene y nos permite entregar totalmente
nuestro futuro a la persona amada”.
La palabra de Dios nos revela que el fundamento indispensable de la familia
es la unión estable y permanente de un varón y una mujer. En nuestra realidad,
esta unión puede ser natural, civil o sacramental. Para los bautizados la unión
auténtica es el matrimonio sacramental que hace a los esposos signo de la unión
de Cristo con la Iglesia
y les comunica la gracia para vivir fielmente su misión.
El valor de la fe infunde coraje en los momentos difíciles de la vida.
Muchas familias llegan a experimentar situaciones fuertes: estrecheces
económicas, conflictos familiares, enfermedades, muerte. La fuerza de la fe
ilumina y da sentido al dolor. Y frente al embate del mal infunde coraje y
esperanza.
En la vida de la familia, la persona cultiva cuatro relaciones
fundamentales: paternidad-maternidad, filiación, hermandad, nupcialidad. Estas
mismas relaciones componen la vida de la Iglesia: experiencia de Dios como Padre,
experiencia de Cristo como hermano, experiencia de hijos, experiencia de Cristo
como esposo de la Iglesia.
El padre y la madre son en el hogar: maestros, evangelizadores, catequistas
y los primeros ministros de la oración y del culto a Dios. De modo que “en la familia,
la fe está presente en todas las etapas de la vida. Los hijos viven el proceso de Jesús en Nazaret: “crecía en sabiduría, en
estatura y en gracia ante Dios y los hombres”. Aquí radica la vida y misión de
la familia cristiana: ser una “Iglesia doméstica”.
IV.
Misión de la
familia cristiana
Siguiendo el plan de Dios Creador y Redentor, la familia cristiana descubre
su identidad y su misión: custodiar, revelar y comunicar el amor y la vida, a
través de cuatro cometidos fundamentales, como nos recuerda la IV Conferencia
General del
Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada aquí en Santo Domingo.
a)
Es formadora de
personas: Es el lugar privilegiado para la realización personal junto con los
seres amados educando en los grandes valores humanos de la libertad, el amor,
el diálogo, la justicia, la paz, la verdad.
b)
Es “como santuario
de la vida”, servidora y defensora de la vida, ya que el derecho a la vida es
la base de todos los derechos humanos. Por eso, la vida ya concebida ha de ser
salvaguardada con extremados cuidados, como lo afirma muy bien nuestra
Constitución: “El derecho a la vida es inviolable desde la concepción hasta la
muerte”.
c)
Es célula primera y
vital de la sociedad. La sociedad civil y política dependerá del tipo de
familias que la constituye. Incumbe al Estado proteger la vida familiar para
tener paz, bienestar, sano desarrollo, equilibrio, justicia social, y promover que no haya
tanta familia mal constituida, rota, desunida, insuficientemente atendida.
d)
Es “Iglesia
doméstica” que acoge, vive, celebra y anuncia la Palabra de Dios, educa en
la fe, edifica la santidad y desde donde la Iglesia y el mundo pueden ser santificados.
La familia se convierte en la primera e insustituible escuela. Los hijos
aprenden el valor de la escucha de sus padres, la obediencia, la actitud del
diálogo, del respeto, el amor indispensable para vivir y tantos valores
humanos. Al mismo tiempo aprenden a conocer, amar, servir a Dios Padre y
dejarse conducir por el Espíritu Santo. Es la gran misión de educar
integralmente a los hijos.
De esta manera la familia prepara ciudadanos que aprendan a cuidar la
naturaleza, los bienes comunitarios, los derechos de los demás, el cumplimiento
de las leyes, la colaboración en el desarrollo social, la capacidad de servir y
no ser servidos, la justicia social y la solidaridad, especialmente, con los
más pobres.
V.
Desafíos actuales de la familia
La familia cristiana en la República Dominicana enfrenta fuertes desafíos,
reforzados por la globalización de las comunicaciones masivas, afectando la
vida de fe y los valores que la sustentan.
La frecuencia de los divorcios y separaciones conyugales, siempre
traumáticos para los hijos, es el principal desafío al que nos enfrentamos en
la época actual.
Otro de los grandes desafíos de la familia cristiana es superar la deficiente evangelización y catequesis en los
hogares.
Corresponde al Estado y a todas las instituciones de la sociedad ofrecer a
las familias los medios adecuados para que pueda cumplir su rol fundamental a
favor de la misma sociedad.
Debe continuarse el esfuerzo por el fortalecimiento de la educación escolar
pues contribuye al bienestar y a la misión de la familia, afianzando los
valores iniciados en el hogar.
Otro desafío importante es una educación sexual realizada con seriedad,
ajustada a la moral y a la verdad; respetando la edad y las etapas del
desarrollo del ser humano e impartida por
personas capaces y maduras.
VI.
La Pastoral
Familiar
La Pastoral Familiar siempre ha sido una prioridad. La
atención a la familia ha sido una necesidad fuertemente sentida. En nuestros
tres planes pastorales ocupa un lugar destacado y el Primer Concilio Plenario
Dominicano subraya su prioridad y centralidad.
Cada año, el mes de noviembre está dedicado a
reflexionar, celebrar convivencias, orar por la familia. Ya comienza a hacerse
tradición la caminata “un paso por mi familia” que organiza la Comisión Nacional
de Pastoral Familiar. Varios movimientos tienen como objetivo el servicio a las
familias y el rescate de los auténticos valores familiares. Reconocemos que
todo este esfuerzo es laudable. Pero, debemos intensificar más esta pastoral en
todos los niveles.
Parte importante es la preparación de los jóvenes al
matrimonio. Corresponde en primer lugar a los padres educar en el amor y en los
valores que sustentan la futura vida matrimonial, acompañados e iluminados por
la comunidad eclesial.
Reiteramos, de manera concreta, que “los movimientos
especialmente dedicados a la paternidad responsable tienen la obligación de
promover y ofrecer servicios de regulación de nacimiento con métodos naturales
en cada diócesis: cursos, charlas, consultas, orientaciones a jóvenes y a
parejas en edad fértil.
Frente a los problemas que golpean a la familia, con
nuestros agentes de pastoral seguiremos ofreciendo “una acción generosa e
incisiva para dar respuesta a la gravedad de las familias en casos difíciles y
en situaciones irregulares, haciendo énfasis en: madres solteras, tercera edad,
niños abandonados y minusválidos, enfermos de sida, adictos a las drogas,
familias sin casas, familias inmigrantes”.
VII.
Conclusión y
Convocatoria
Convocamos a nuestras Iglesias diocesanas a priorizar en
la programación pastoral, la evangelización directa en las familias.
Invitamos
a los agentes de Pastoral Social a coordinarse
con la Pastoral
Familiar para implementar e impulsar servicios sociales que
mitiguen la pobreza y las fuertes necesidades materiales de familias golpeadas
por la falta de trabajo digno.
Solicitamos
a nuestras Universidades Católicas, Seminarios y otros centros educativos
apoyar y facilitar la formación de agentes especializados que puedan contribuir
directamente a orientar y guiar las familias y colaborar en la solución de
conflictos familiares y matrimoniales.
Es importante recordar el deber del Estado en la
protección y defensa de la familia como fundamento del bienestar, el desarrollo
y la paz en la sociedad. No toda propuesta con etiqueta de modernismo favorece
la vida humana. Grandes imperios se han desmoronado a lo largo de la historia
cuando sus gobernantes han complacido a los pueblos en su sed de placeres. Hay
propuestas que pueden dañar. La ética y la moral no se pueden perder de vista.
El legislador no está para complacer intereses, sino para promover el Bien
Común.
Estimulamos a las familias evangelizadas a seguir
creciendo en su vivencia como discípulos de Jesús y tener como modelo la
familia de Nazaret, siendo testimonio transparente de la realización del plan
originario de Dios. Cultiven en familia la escucha de la palabra de Dios, la
oración, la práctica de la lectio divina, la participación en la Eucaristía, y el
diálogo abierto, ayudándose unos a otros, con una cierta revisión de vida y el
trabajo apostólico y social.
Agradecemos a los agentes de Pastoral Familiar y
movimientos en pro de las familias, sus desvelos y servicio permanente a favor
del núcleo básico de la
Iglesia y la sociedad. Les animamos a no desmayar.
Por último, como indica nuestro lema del año, “Dialogando en la verdad,
renovemos la sociedad”, en sintonía con
nuestro Plan Nacional de Pastoral, invitamos a todas las familias
dominicanas a fomentar el valor del diálogo, de modo que haciendo uso de éste,
crezca en todos los hogares un clima de entendimiento, comprensión, tolerancia
y paz.
Ponemos nuestras familias bajo el manto protector de
Nuestra Señora de la
Altagracia, pidiéndole su intercesión como lo hizo en las
bodas en Caná de Galilea.
Santo Domingo, 21 de enero del
2014, fiesta de Nuestra Señora de la Altagracia.
Les bendicen