Dios ha querido formar un pueblo que lleve su bendición a
todos los pueblos de la Tierra. En Jesucristo, lo establece como signo e
instrumento de unión de los hombres con Dios y entre ellos. De ahí la
importancia de pertenecer a este pueblo.
Nosotros no somos cristianos a título individual, cada uno
por su cuenta. Nuestra identidad es pertenencia. Decir «soy cristiano» equivale
a decir: «Pertenezco a la Iglesia». Soy de ese pueblo con el que Dios
estableció desde antiguo una alianza, a la que siempre es fiel. De aquí nuestra
gratitud a los que nos han precedido y acogido en la Iglesia, quienes nos han
transmitido la fe, enseñado a rezar y pedido para nosotros el Bautismo.
Nadie se hace cristiano por sí mismo. La Iglesia es una gran
familia, que nos acoge y nos enseña a vivir como creyentes y discípulos del
Señor. Y no sólo somos cristianos gracias a otros, sino que únicamente podemos
serlo junto con otros.
En la Iglesia nadie va «por libre». Quien dice creer en Dios
pero no en la Iglesia, tener una relación directa con Cristo fuera de ella, cae
en una dicotomía absurda. Dios ha confiado su mensaje salvador a personas
humanas, a testigos, y se nos da a conocer en nuestros hermanos y hermanas.
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