Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Este domingo, el Evangelio nos presenta el milagro de la
multiplicación de los panes y los pescados (Mt 14,13-21). Jesús lo realizó a lo
largo del Mar de Galilea, en un lugar aislado donde se había retirado con sus
discípulos después de enterarse de la muerte de Juan el Bautista. Pero, muchas
personas los siguieron y los alcanzaron; y Jesús, al verlos, sintió compasión y
curó a los enfermos hasta la noche. Entonces los discípulos, preocupados por la
hora tardía, le sugirieron despedir a la muchedumbre para que ella pudiese ir a
las ciudades a comprarse lo necesario para comer. Pero Jesús, tranquilamente,
les respondió: «Denles de comer ustedes mismos» (Mt 14,16); y haciéndose traer
cinco panes y dos pescados, los bendijo, y comenzó a partirlos y darlos a los
discípulos, quienes los distribuían a la gente. Todos comieron hasta saciarse e
incluso, ¡sobró!
En este hecho podemos captar tres mensajes. El primero es la
compasión. Frente a la multitud que lo busca y - por así decirlo – “no lo deja
en paz”, Jesús no reacciona con irritación. No dice “esta gente me da
fastidio”. No, no. Reacciona con un sentimiento de compasión, porque sabe que
no lo buscan por curiosidad, sino por necesidad. Pero estemos atentos:
compasión, lo que siente Jesús, no es simplemente sentir piedad. ¡Es más!
Significa “padecer con”, es decir, compenetrarse en el sufrimiento del otro, al
punto de tomarlo sobre sí. Así es Jesús, sufre junto a nosotros, sufre con
nosotros, sufre por nosotros. Y el signo de esta compasión son las muchas
sanaciones que realizó. Jesús nos enseña a anteponer las necesidades de los
pobres a las nuestras. Nuestras exigencias, aunque legítimas, nunca serán tan
urgentes como las de los pobres, que carecen de lo necesario para vivir.
Nosotros hablamos seguido de los pobres, pero cuando hablamos de los pobres,
¿oímos que aquel hombre, aquella mujer, aquellos niños no tienen lo necesario
para vivir? ¿Que no tienen para comer, no tienen para vestirse, no tienen la
posibilidad de medicinas? También los niños que no tienen la posibilidad de ir
a la escuela… Y por eso, nuestras exigencias - aún legítimas - no serán jamás
tan urgentes como aquellas de los pobres, que no tienen lo necesario para
vivir.
El segundo mensaje es el compartir. El primero es la
compasión, aquello que sentía Jesús, con el compartir. Es útil comparar la
reacción de los discípulos frente a la gente cansada y hambrienta, con la de
Jesús. Son diferentes. Los discípulos piensan que es mejor despedirse de ellos,
para que puedan ir a buscarse la comida. En cambio, Jesús dice: denles de comer
ustedes mismos. Dos reacciones diferentes, que reflejan dos lógicas opuestas:
los discípulos razonan de acuerdo con el mundo, por lo que cada uno debe pensar
en sí mismo; reaccionan como si dijeran: “arréglenselas solos”. Jesús razona en
cambio de acuerdo a la lógica de Dios, que es aquella del compartir. ¡Cuántas
veces nosotros nos damos vuelta hacia otro lado con tal de no ver a los
hermanos necesitados! Y esto, mirar hacia otro lado, es un modo educado de
decir con guantes blancos: “arréglenselas solos”. Y esto no es de Jesús: esto
es egoísmo. Si Él hubiera despedido a la gente, muchas personas se habrían
quedado sin comer. En cambio, aquellos pocos panes y pescados, compartidos y
bendecidos por Dios, fueron suficientes para todos. Y atención ¿eh?: no es una
magia, ¡es un “signo”! Un signo que invita a tener fe en Dios, el Padre
providente, que no nos hace faltar “el pan nuestro de cada día”, si nosotros
sabemos compartirlo como hermanos.
Compasión, compartir.Y el tercer mensaje: el milagro de los
panes preanuncia la Eucaristía. Esto se puede ver en el gesto de Jesús que
“recita la bendición” (v. 19) antes de partir el pan y distribuirlo a la gente.
Es el mismo gesto que hará Jesús en la Última Cena, cuando instaura el memorial
perpetuo de su Sacrificio redentor. En la Eucaristía, Jesús no da un pan, sino
el pan de vida eterna, se dona a Sí mismo, ofreciéndose al Padre por amor a nosotros.
Nosotros debemos ir a la Eucaristía con aquel sentimiento de Jesús, es decir,
la compasión, y con aquel deseo de Jesús, compartir. Quien va a la Eucaristía
sin tener compasión por los necesitados y sin compartir, no se encuentra bien
con Jesús.
Compasión, compartir, Eucaristía. Este es el camino que
Jesús nos indica en este Evangelio. Un camino que nos lleva a afrontar con
fraternidad las necesidades de este mundo, pero que nos conduce más allá de
este mundo, porque parte de Dios Padre y regresa a Él. Que la Virgen María,
Madre de la Divina Providencia, nos acompañe en este Camino.
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