lunes, 11 de agosto de 2014

Papa: Jesús está siempre a nuestro lado


El Evangelio de hoy nos presenta el episodio de Jesús que camina sobre las aguas del lago. Después de la multiplicación de los panes y de los peces, Él invita a los discípulos a subirse en una barca y a esperarlo en la otra orilla, mientras Él despide a la gente y luego se retira a rezar en la montaña hasta la noche. Mientras tanto en el lago se desata una fuerte tormenta, y es ahí, en medio de la tormenta que Jesús llega a la barca de los discípulos, caminando sobre las aguas del lago. Cuando lo ven, los discípulos se asustan, piensan que es un fantasma, pero Él los tranquiliza: “¡Animo, soy yo, no tengan miedo!” Pedro, con su típico impulso, le pide casi una prueba: “Señor, si eres tú, ordéname de ir hacia ti caminado sobre las aguas”; y Jesús le dice: “¡Ven!”. Pedro baja de la barca y se pone a caminar sobre las aguas; pero el fuerte viento lo embiste y comienza a hundirse. Entonces grita: “¡Señor, sálvame!”, y Jesús le tiende la mano y lo saca.

Esta narración es una bella imagen de la fe del apóstol Pedro. En la voz de Jesús que le dice: “¡Ven!”, él reconoce el eco del primer encuentro sobre la orilla de ese mismo lago, y luego, una vez más, deja la barca y va hacia el maestro. ¡Y camina sobre las aguas! La respuesta confiada y rápida a la llamada del Señor hace realizar siempre cosas extraordinarias. Pero, Jesús mismo nos decía que nosotros somos capaces de hacer milagros con nuestra fe, fe en Él, fe en su palabra, fe en su voz. En cambio, Pedro comienza a hundirse en el momento que deja de mirar a Jesús y se deja envolver por las adversidades que lo rodean. Pero el Señor esta siempre ahí, y cuando Pedro lo llama, Jesús lo salva del peligro. En el personaje de Pedro, con sus impulsos y sus debilidades, es descrita nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y todavía victoriosa, la fe del cristiano camina al encuentro del Señor resucitado, en medio de las tormentas y los peligros del mundo.
También es muy importante la escena final. “apenas subieron en la barca, el viento cesó. Aquellos que estaban en la barca se prostraron delante de Él, diciendo: “¡de verdad tu eres el Hijo de Dios!”. En la barca están todos los discípulos, acomunados por la experiencia de la debilidad, de la duda, del miedo, “de la poca fe”. Pero cuando sobre aquella barca sube Jesús, el clima cambia en seguida: todos se sienten unidos en la fe en Él. Todos los pequeños y atemorizados se hacen grandes en el momento en el cual se arrojan de rodillas y reconocen en su maestro que es el Hijo de Dios. Cuantas veces también a nosotros nos sucede lo mismo, sin Jesús, lejos de Jesús nos sentimos temerosos, inadecuados a tal punto de pensar que no podemos salir adelante, ¡falta la fe!. Pero Jesús está siempre con nosotros, tal vez escondido, pero siempre presente y listo para socorrernos.

Esta es una imagen clara de la Iglesia: una barca que debe afrontar la tormenta y a veces parece que va a ser hundida. Lo que la salva no es la calidad o el valor de sus hombres, sino la fe, que le permite caminar incluso en la oscuridad, en medio de las dificultades. La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús siempre al lado, que nos tiene de la mano para alejarnos del peligro. Todos nosotros estamos sobre esta barca, y aquí nos sentimos seguros no obstante nuestros límites y nuestras debilidades. Estamos seguros sobre todo cuando sabemos ponernos de rodillas y adorar a Jesús, ¡adorar a Jesús!, el único Señor de nuestra vida. A esto nos llama siempre nuestra Madre, la Virgen. A ella nos dirigimos con confianza

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