MENSAJE "URBI ET ORBI" DEL PAPA FRANCISCO
Queridos hermanos y hermanas, feliz Navidad.
Cristo nos ha nacido, exultemos en el día de nuestra salvación.
Abramos nuestros corazones para recibir la gracia de este día, que es Él
mismo: Jesús es el «día» luminoso que surgió en el horizonte de la humanidad.
El día de la misericordia, en el cual Dios Padre ha revelado a la humanidad su
inmensa ternura. Día de luz que disipa las tinieblas del miedo y de la
angustia. Día de paz, en el que es posible encontrarse, dialogar, y sobre todo
reconciliarse. Día de alegría: una «gran alegría» para los pequeños y los
humildes, para todo el pueblo (cf. Lc 2,10).
En este día, ha nacido de la Virgen María Jesús, el Salvador. El pesebre
nos muestra la «señal» que Dios nos ha dado: «un niño recién nacido envuelto en
pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). Como los pastores de Belén,
también nosotros vamos a ver esta señal, este acontecimiento que cada año se
renueva en la Iglesia. La Navidad es un acontecimiento que se renueva en cada
familia, en cada parroquia, en cada comunidad que acoge el amor de Dios
encarnado en Jesucristo. Como María, la Iglesia muestra a todos la «señal» de
Dios: el niño que ella ha llevado en su seno y ha dado a luz, pero que es el
Hijo del Altísimo, porque «proviene del Espíritu Santo» (Mt 1,20). Por eso es
el Salvador, porque es el Cordero de Dios que toma sobre sí el pecado del mundo
(cf. Jn 1,29). Junto a los pastores, postrémonos ante el Cordero, adoremos la
Bondad de Dios hecha carne, y dejemos que las lágrimas del arrepentimiento
llenen nuestros ojos y laven nuestro corazón. Todos lo necesitamos.
Sólo él, sólo él nos puede salvar. Sólo la misericordia de Dios puede
liberar a la humanidad de tantas formas de mal, a veces monstruosas, que el
egoísmo genera en ella. La gracia de Dios puede convertir los corazones y abrir
nuevas perspectivas para realidades humanamente insuperables.
Donde nace Dios, nace la esperanza: él trae la esperanza. Donde nace
Dios, nace la paz. Y donde nace la paz, no hay lugar para el odio ni para la
guerra. Sin embargo, precisamente allí donde el Hijo de Dios vino al mundo,
continúan las tensiones y las violencias y la paz queda como un don que se debe
pedir y construir. Que los israelíes y palestinos puedan retomar el diálogo
directo y alcanzar un entendimiento que permita a los dos pueblos convivir en
armonía, superando un conflicto que les enfrenta desde hace tanto tiempo, con
graves consecuencias para toda la región.
Pidamos al Señor que el acuerdo alcanzado en el seno de las Naciones
Unidas logre cuanto antes acallar el fragor de las armas en Siria y remediar la
gravísima situación humanitaria de la población extenuada. Es igualmente
urgente que el acuerdo sobre Libia encuentre el apoyo de todos, para que se
superen las graves divisiones y violencias que afligen el país. Que toda la
Comunidad internacional ponga su atención de manera unánime en que cesen las
atrocidades que, tanto en estos países como también en Irak, Yemen y en el
África subsahariana, causan todavía numerosas víctimas, provocan enormes
sufrimientos y no respetan ni siquiera el patrimonio histórico y cultural de
pueblos enteros. Quiero recordar también a cuantos han sido golpeados por los
atroces actos terroristas, particularmente en las recientes masacres sucedidas
en los cielos de Egipto, en Beirut, París, Bamako y Túnez.
Que el Niño Jesús dé consuelo y fuerza a nuestros hermanos, perseguidos
por causa de su fe en distintas partes del mundo. Son nuestros mártires de hoy.
Pidamos Paz y concordia para las queridas poblaciones de la República
Democrática del Congo, de Burundi y del Sudán del Sur para que, mediante el
diálogo, se refuerce el compromiso común en vista de la edificación de
sociedades civiles animadas por un sincero espíritu de reconciliación y de
comprensión recíproca.
Que la Navidad lleve la verdadera paz también a Ucrania, ofrezca alivio
a quienes padecen las consecuencias del conflicto e inspire la voluntad de
llevar a término los acuerdos tomados, para restablecer la concordia en todo el
país.
Que la alegría de este día ilumine los esfuerzos del pueblo colombiano
para que, animado por la esperanza, continúe buscando con tesón la anhelada
paz.
Donde nace Dios, nace la esperanza¸ y donde nace la esperanza, las
personas encuentran la dignidad. Sin embargo, todavía hoy muchos hombres y
mujeres son privados de su dignidad humana y, como el Niño Jesús, sufren el
frío, la pobreza y el rechazo de los hombres. Que hoy llegue nuestra cercanía a
los más indefensos, sobre todo a los niños soldado, a las mujeres que padecen
violencia, a las víctimas de la trata de personas y del narcotráfico.
Que no falte nuestro consuelo a cuantos huyen de la miseria y de la
guerra, viajando en condiciones muchas veces inhumanas y con serio peligro de
su vida. Que sean recompensados con abundantes bendiciones todos aquellos,
personas privadas o Estados, que trabajan con generosidad para socorrer y
acoger a los numerosos emigrantes y refugiados, ayudándoles a construir un
futuro digno para ellos y para sus seres queridos, y a integrarse dentro de las
sociedades que los reciben.
Que en este día de fiesta, el Señor vuelva a dar esperanza a cuantos no
tienen trabajo –y son tantos– y sostenga el compromiso de quienes tienen
responsabilidad públicas en el campo político y económico para que se empeñen
en buscar el bien común y tutelar la dignidad toda vida humana.
Donde nace Dios, florece la misericordia. Este es el don más precioso
que Dios nos da, particularmente en este año jubilar, en el que estamos
llamados a descubrir la ternura que nuestro Padre celestial tiene con cada uno
de nosotros. Que el Señor conceda, especialmente a los presos, la experiencia
de su amor misericordioso que sana las heridas y vence el mal.
Y de este modo, hoy todos juntos exultemos en el día de nuestra
salvación. Contemplando el portal de Belén, fijemos la mirada en los brazos de
Jesús que nos muestran el abrazo misericordioso de Dios, mientras escuchamos el
gemido del Niño que nos susurra: «Por mis hermanos y compañeros voy a decir:
"La paz contigo”» (Sal 121 [122], 8).
Dirijo mi más cordial felicitación a vosotros, queridos hermanos y
hermanas, venidos de todas las partes del mundo a esta plaza, y a todos los que
desde diversos países están conectados a través de la radio, la televisión y
otros medios de comunicación.
0 comentarios :
Publicar un comentario