Al comenzar el tiempo litúrgico del Adviento, que nos
llevará a celebrar el acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios nos
enfrentamos a un dilema que, necesariamente hemos de resolver en un sentido u
otro: repetir nuevamente un ciclo litúrgico, con su comienzo hoy, su duración
de aproximadamente un mes y su conclusión en el día de Navidad, como tantas
veces hemos hecho, como tantas veces haremos, o tomarnos en serio este tiempo
especial y hacer de él una experiencia única e irrepetible que nos haga avanzar
en nuestra vivencia cristiana.
Tiempo que será tan lleno o tan vacío como sea llena o
vacía la fiesta que pretendemos preparar:
a) Sera la expectativa de regalos, comidas, tragos y
doble sueldo o únicamente el arreglo del árbol de Navidad...
b) O una profundización del misterio de la
Encarnación, que nos lleve a una vivencia más honda de nuestra relación
personal y comunitaria con Jesucristo, el Señor, y de nuestra proyección
cristiana en este mundo.
Conscientes de que la manera más eficaz de superar un
vacío no es criticarlo, sino llenarlo de contenido, debemos reflexionar
seriamente sobre el misterio de Adviento, plenos de confianza de que su luz y
su fuerza son tan poderosas que pueden hacer recobrar el sentido a un tiempo
que amenaza ahogarse solo en lo “comercial". Esta vivencia profunda y
auténtica del Adviento hace girar nuestras vidas alrededor de dos focos, que no
se oponen, sino que se integran, dinamizándola, sin embargo, con su saludable
tensión:
a) El foco de la primera venida del Señor en Navidad y
el foco de su segunda venida al final de los tiempos;
b) El foco de la fe en algo que ya comenzó y la
esperanza en algo que aún queda por venir;
Es la saludable tensión entre Encarnación y
Escatología, entre tiempo y eternidad, entre Historia y "más allá de la
Historia", entre el "Ya" y "Aún no"
La integración de ambos focos en una real vivencia es
la que le da a la existencia cristiana toda su autenticidad. Todas estas
polarizaciones negativas desgarran la integración cristiana que precisamente
pretende superar toda dicotomía, todo divorcio entre oración y acción, entre
conversión personal y compromiso social, entre alabanza a Dios y entrega al
servicio del hombre, entre filiación y fraternidad... es una actitud de
"cabeza levantada en expectativa de una liberación plena" que el
Señor nos concederá como don gratuito "más allá de la Historia".
Pero el mismo Evangelio nos recuerda tareas temporales
muy concretas, que si bien aparecen en tono negativo, no son menos urgentes:
"Tener cuidado: no llenar nuestra vida con el vicio, la bebida y la
preocupación por el dinero, no vaya a ocurrir que se nos eche encima de repente
aquel día."
Se nos pide explícitamente un esfuerzo de liberación
personal que traducido a nuestro lenguaje moderno diría: "Libérate de una
sociedad de consumo que te esclaviza con sus falsos valores del standard de
vida, del confort, del placer, de la moda, del sexo... y que mata en ti toda
vigilante expectativa del Reino de Dios y paraliza en ti todo esfuerzo por
hacerlo realidad en tu mundo."
En cambio: "Prepara ya desde ahora la plena
liberación: superando el egoísmo por el amor, el vicio por la gracia, los
desgarradores abismos sociales por la fraternidad, el lujo y el derroche por la
austeridad, el hambre insaciable de lucro y ganancia por la justicia social, la
búsqueda incansable de placer por la mortificación, para alcanzar el don
gratuito que nos ofrece el Señor al final de los tiempos como comunión
indestructible consigo mismo y como comunión, libre de todo egoísmo, con los hombres".
Sí. Podemos iniciar el Adviento teniendo en cuenta de
que nos exige un cambio. A lo largo de estas cuatro semanas la liturgia de la
Iglesia nos va a poner ante la urgencia de hacer hueco en nuestra vida a
Alguien que viene.
Todo lo anterior es lo que podemos llamar la pedagogía
del Adviento. Quizá nos puede resultar algo repetitivo, que nos suena de otros
años, pero la realidad es que este Adviento está por estrenar y no sabemos qué
dones nos reserva el Señor.
La
esperanza cristiana no es simplemente estar a la espera, no es aguardar, sino
preparar los caminos para la pronta venida del Señor. En lenguaje bíblico lo
que llamamos fin del mundo habría que llamarlo "el futuro del mundo".
Es la transformación del mundo, no su aniquilación. El mundo es el lugar de la
encarnación de Dios. Es evidente que la creación y la redención no actúan la
una contra la otra, sino la una en la otra... Hay que tomarse este mundo en
serio. Dios se lo ha tomado tan en serio que le dio a su propio Hijo (Jn 3,16).
Fuentes: GERMÁN SCHMITZ
Obispo Auxiliar de Lima/Perú
Obispo Auxiliar de Lima/Perú
Mercaba
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