domingo, 1 de diciembre de 2013

Estamos llegando al fin o al comienzo, solo Tú decides

Al comenzar el tiempo litúrgico del Adviento, que nos llevará a celebrar el acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios nos enfrentamos a un dilema que, necesariamente hemos de resolver en un sentido u otro: repetir nuevamente un ciclo litúrgico, con su comienzo hoy, su duración de aproximadamente un mes y su conclusión en el día de Navidad, como tantas veces hemos hecho, como tantas veces haremos, o tomarnos en serio este tiempo especial y hacer de él una experiencia única e irrepetible que nos haga avanzar en nuestra vivencia cristiana.
Tiempo que será tan lleno o tan vacío como sea llena o vacía la fiesta que pretendemos preparar:

a) Sera la expectativa de regalos, comidas, tragos y doble sueldo o únicamente el arreglo del árbol de Navidad...

b) O una profundización del misterio de la Encarnación, que nos lleve a una vivencia más honda de nuestra relación personal y comunitaria con Jesucristo, el Señor, y de nuestra proyección cristiana en este mundo.
Conscientes de que la manera más eficaz de superar un vacío no es criticarlo, sino llenarlo de contenido, debemos reflexionar seriamente sobre el misterio de Adviento, plenos de confianza de que su luz y su fuerza son tan poderosas que pueden hacer recobrar el sentido a un tiempo que amenaza ahogarse solo en lo “comercial". Esta vivencia profunda y auténtica del Adviento hace girar nuestras vidas alrededor de dos focos, que no se oponen, sino que se integran, dinamizándola, sin embargo, con su saludable tensión:

a) El foco de la primera venida del Señor en Navidad y el foco de su segunda venida al final de los tiempos;

b) El foco de la fe en algo que ya comenzó y la esperanza en algo que aún queda por venir;

Es la saludable tensión entre Encarnación y Escatología, entre tiempo y eternidad, entre Historia y "más allá de la Historia", entre el "Ya" y "Aún no"
La integración de ambos focos en una real vivencia es la que le da a la existencia cristiana toda su autenticidad. Todas estas polarizaciones negativas desgarran la integración cristiana que precisamente pretende superar toda dicotomía, todo divorcio entre oración y acción, entre conversión personal y compromiso social, entre alabanza a Dios y entrega al servicio del hombre, entre filiación y fraternidad... es una actitud de "cabeza levantada en expectativa de una liberación plena" que el Señor nos concederá como don gratuito "más allá de la Historia".

Pero el mismo Evangelio nos recuerda tareas temporales muy concretas, que si bien aparecen en tono negativo, no son menos urgentes: "Tener cuidado: no llenar nuestra vida con el vicio, la bebida y la preocupación por el dinero, no vaya a ocurrir que se nos eche encima de repente aquel día."
Se nos pide explícitamente un esfuerzo de liberación personal que traducido a nuestro lenguaje moderno diría: "Libérate de una sociedad de consumo que te esclaviza con sus falsos valores del standard de vida, del confort, del placer, de la moda, del sexo... y que mata en ti toda vigilante expectativa del Reino de Dios y paraliza en ti todo esfuerzo por hacerlo realidad en tu mundo."

En cambio: "Prepara ya desde ahora la plena liberación: superando el egoísmo por el amor, el vicio por la gracia, los desgarradores abismos sociales por la fraternidad, el lujo y el derroche por la austeridad, el hambre insaciable de lucro y ganancia por la justicia social, la búsqueda incansable de placer por la mortificación, para alcanzar el don gratuito que nos ofrece el Señor al final de los tiempos como comunión indestructible consigo mismo y como comunión, libre de todo egoísmo, con los hombres".
Sí. Podemos iniciar el Adviento teniendo en cuenta de que nos exige un cambio. A lo largo de estas cuatro semanas la liturgia de la Iglesia nos va a poner ante la urgencia de hacer hueco en nuestra vida a Alguien que viene.

Todo lo anterior es lo que podemos llamar la pedagogía del Adviento. Quizá nos puede resultar algo repetitivo, que nos suena de otros años, pero la realidad es que este Adviento está por estrenar y no sabemos qué dones nos reserva el Señor.

La esperanza cristiana no es simplemente estar a la espera, no es aguardar, sino preparar los caminos para la pronta venida del Señor. En lenguaje bíblico lo que llamamos fin del mundo habría que llamarlo "el futuro del mundo". Es la transformación del mundo, no su aniquilación. El mundo es el lugar de la encarnación de Dios. Es evidente que la creación y la redención no actúan la una contra la otra, sino la una en la otra... Hay que tomarse este mundo en serio. Dios se lo ha tomado tan en serio que le dio a su propio Hijo (Jn 3,16).

Fuentes: GERMÁN SCHMITZ
Obispo Auxiliar de Lima/Perú

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