El Papa Francisco recibió en su
biblioteca a los obispos de la República Dominicana y les entregó un mensaje.
Es un texto muy personal, con alto contenido social.
Menciona por ejemplo la "seria
crisis cultural” que atraviesa el matrimonio y pide a los obispos que "no
desfallezcan en el trabajo de la reconciliación matrimonial y familiar”.
También les pidió que dediquen tiempo a sus sacerdotes y que estudien bien
las motivaciones de los nuevos candidatos antes de aceptarlos en el seminario. Alertó
de que muchos buscan "poder, glorias humanas, bienestar económico” o
"esconden inseguridades afectivas”.
Les invitó a seguir ayudando a los
inmigrantes de la vecina Haití. Dijo que su situación "no
admite indiferencia” y elogió lo que hacen contra el tráfico de drogas y de
personas, la corrupción y la violencia doméstica.
El Papa los despidió uno a uno. Y
recibió en mano una carta escrita por alguien muy especial.
Un enfermo de cáncer...
Los obispos de República Dominicana
están en Roma para la tradicional visita "ad limina”, la
reunión que deben hacer cada 7 u 8 años para informar al Papa de la situación
de sus diócesis.
La última que hicieron fue en 2007
con Benedicto XVI.
MENSAJE ÍNTEGRO:
Queridos hermanos en el Episcopado:
Reciban mi más cordial bienvenida con
motivo de la visita ad limina Apostolorum. Confío que estos días de reflexión y
oración ante las tumbas de los santos Pedro y Pablo sean para ustedes fuente de
renovación y sirvan para cultivar los lazos de comunión eclesial para responder
a las exigencias de una acción conjunta y coordinada en la promoción del
progreso espiritual y material de la porción del Pueblo de Dios que se les ha
confiado. Agradezco las amables palabras que Monseñor Gregorio Nicanor Peña
Rodríguez, Obispo de Nuestra Señora de la Altagracia en Higüey y Presidente de
la Conferencia Episcopal Dominicana, me ha dirigido en nombre de todos.
Los comienzos de la evangelización en
el continente americano traen siempre a la memoria el suelo dominicano que
recibió en primer lugar el rico depósito de la fe, que los misioneros llevaron
con fidelidad y anunciaron con constancia. Su efecto se sigue percibiendo hoy
por los valores cristianos que animan la convivencia y en las diversas obras
sociales a favor de la educación, la cultura y la salud. Por lo demás, la
Iglesia en República Dominicana cuenta con numerosas parroquias vivas, con un
nutrido grupo de fieles laicos comprometidos y un número consistente de
vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Damos gracias al Señor por lo
que ya se ha realizado y se está realizando en cada una de sus Iglesias
locales.
Hoy la Iglesia sigue caminando en esas
queridas tierras con sus hijos en la búsqueda de un futuro feliz y próspero, se
encuentra con los grandes desafíos de nuestro tiempo que afectan la vida social
y eclesial, y especialmente a las familias. Por eso me gustaría hacerles un
llamado a acompañar a los hombres, a reforzar la fe y la identidad de todos los
miembros de la Iglesia.
El matrimonio y la familia atraviesan
una seria crisis cultural. Pero eso no quiere decir que hayan perdido
importancia, sino que se siente más su necesidad. La familia es el lugar donde
se aprende a convivir en la diferencia, a perdonar y a experimentar el perdón,
y donde los padres transmiten a sus hijos los valores y singularmente la fe. El
matrimonio, «visto como una mera forma de gratificación afectiva», deja de ser
un «aporte indispensable» a la sociedad (cf. Evangelii gaudium, 66). En este
próximo Jubileo de la Misericordia, no desfallezcan en el trabajo de la
reconciliación matrimonial y familiar, como bien de la convivencia pacífica:
«Es urgente una amplia catequización sobre el ideal cristiano de la comunión
conyugal y de la vida familiar, que incluya una espiritualidad de la paternidad
y la maternidad. Es necesario prestar mayor atención pastoral al papel de los
hombres como maridos y padres, así como a la responsabilidad que comparten con
sus esposas respecto al matrimonio, la familia y la educación de los hijos»
(Ecclesia in America, 42). Sigamos presentando la belleza del matrimonio
cristiano: «casarse en el Señor» es un acto de fe y amor, en el que los esposos,
mediante su libre consentimiento, se convierten en transmisores de la bendición
y la gracia de Dios para la Iglesia y la sociedad.
Les invito a dedicar tiempo y a atender
a los sacerdotes, a cuidar a cada uno de ellos, a defenderlos de los lobos que
también atacan a los pastores. El clero dominicano se distingue por su
fidelidad y coherencia de vida cristiana. Que su compromiso en favor de los más
débiles y necesitados les ayude a superar la mundana tendencia hacia la
mediocridad. Que en los seminarios no se descuide la formación humana,
intelectual y espiritual que asegure un encuentro verdadero con el Señor, sin
dejar de cultivar la entrega pastoral y una madurez afectiva que haga a los
seminaristas idóneos para abrazar el celibato sacerdotal y capaces de vivir y
trabajar en comunión. «No se pueden llenar los seminarios con cualquier tipo de
motivaciones, y menos si éstas se relacionan con inseguridades afectivas,
búsquedas de formas de poder, glorias humanas o bienestar económico» (Evangelii
gaudium, 107).
La atención pastoral y caritativa de
los inmigrantes, sobre todo a los provenientes de la vecina Haití, que buscan
mejores condiciones de vida en territorio dominicano, no admite la indiferencia
de los pastores de la Iglesia. Es necesario seguir colaborando con las
autoridades civiles para alcanzar soluciones solidarias a los problemas de
quienes son privados de documentos o se les niega sus derechos básicos. Es
inexcusable no promover iniciativas de fraternidad y paz entre ambas naciones,
que conforman esta bella Isla del Caribe. Es importante saber integrar a los
inmigrantes en la sociedad y acogerlos en la comunidad eclesial. Les agradezco
que estén cerca de ellos y de todos los que sufren, como gesto de la amorosa
solicitud por el hermano que se siente solo y desamparado, con quien Cristo se
identificó.
Sé de sus esfuerzos y preocupaciones
por afrontar adecuadamente los graves problemas que afectan a nuestros pueblos,
tales como el tráfico de drogas y de personas, la corrupción, la violencia doméstica,
el abuso y la explotación de menores o la inseguridad social. Desde la íntima
conexión que existe entre evangelización y promoción humana, toda acción de la
Iglesia Madre ha de buscar y cuidar el bien de los más desfavorecidos. Todo lo
que se haga en este sentido acrecentará la presencia del Reino de Dios que ha
traído Jesucristo, al mismo tiempo que da credibilidad a la Iglesia y
relevancia a la voz de sus pastores.
La Misión Continental, impulsada por el
Documento de Aparecida, y el Tercer Plan Nacional de Pastoral han de ser dos
motores de la actividad conjunta entre las Iglesias locales. Pero tengan
presente que no es suficiente tener planes bien formulados y celebraciones
festivas sino permean la vida cotidiana de nuestras gentes.
Por eso, es indispensable que el
laicado dominicano, que se percibe tan presente en las obras de evangelización
a nivel nacional, diocesano, parroquial y comunitario, no descuide su formación
doctrinal y espiritual, y reciba un apoyo constante, para que sea capaz de dar
testimonio de Cristo penetrando en aquellos ambientes donde muchas veces los
Obispos, los sacerdotes y religiosos no llegan. También es necesario que la
pastoral de los jóvenes reciba una atención cuidadosa para que no se dejen
distraer de la confusión de los anti-valores que busca desbordar hoy a la
juventud.
Sin contar con la orientación que los
padres y la Iglesia quieren dar a la formación de las nuevas generaciones, las
leyes civiles tienden a sustituir la enseñanza de la religión en la escuela por
una educación del hecho religioso de naturaleza multiconfesional o por una mera
ilustración de ética y cultura religiosa. No puede faltar en quienes están
empeñados en este servicio y en esta misión educativa una actitud vigilante y
valiente para que se pueda dar en todas las escuelas una educación conforme a
los principios morales y religiosos de las familias (cf. Gravissimum
educationis 7). Es importante ofrecer a los niños y jóvenes la enseñanza
catequética conforme a la verdad que hemos recibido de Cristo, Palabra del
Padre.
Finalmente, para concluir, y teniendo
presente la hermosura y colorido de los paisajes de la bella República
Dominicana, invito a todos a renovar el compromiso por la conservación y el
cuidado del medio ambiente. La relación del hombre con la naturaleza no debe
ser gobernada por la codicia, por la manipulación ni por la explotación
desmedida, sino que debe conservar la armonía divina entre las criaturas y lo
creado para ponerlas al servicio de todos y de las futuras generaciones.
Hermanos, les pido, por favor, que
lleven a los queridos hijos e hijas quisqueyanos el afectuoso saludo del Papa,
que los confía a la intercesión de Nuestra Señora de la Altagracia, a quien
contemplan en el misterio de su maternidad divina. Les pido que recen por mí y
les imparto de corazón la Bendición Apostólica.
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